China entra la nueva década con la mirada puesta en el exterior. La gestión interna del país está decidida para los años venideros, salvando crisis eventuales como el parón por el COVID o la la eventual quiebra de Evergrande. Esto no quiere decir que vaya a ser una década fácil. El gobierno de Pekín tiene por delante retos internacionales a los que hacer frente si quiere mantener su ventaja frente a Rusia y EEUU. A su vez, tiene que respetar acuerdos y promesas con jugadores más «pequeños» del tablero diplomático.

Los tres países mantienen ahora un pulso para determinar quién será el socio preferente de los grandes aliados comerciales en África y Asia. Un ejemplo muy reciente es la ocupación talibana de Afganistán: donde EEUU y Europa ha decidido dar la espalda al nuevo gobierno, China y Rusia ya exploran acuerdos para volver al país. Mantener la imagen de potencia generadora y ayudar al nuevo gobierno afgano a regularizar su situación puede facilitarle mucho la vida.

Menos carbón, al menos fuera del país

China es el mayor extractor y consumidor de carbón en el mundo. Actualmente, consume cerca del 50% del carbón mundial con más de mil plantas eléctricas que dependen de él en terreno nacional. A mediados de 2021, el ejecutivo pekinés reveló planes para abrir, como mínimo, 43 nuevas centrales térmicas. No solo eso, sino que China ha estado financiando proyectos relacionados con el carbón en zonas como Vietnam bajo la «Belt and Road Initiative». Esta información no gustó nada en el resto de países, puesto que China ha prometido reducir sus emisiones a mínimos históricos en 2030 y alcanzar la neutralidad de carbono en 2060.

Xi Jinping, el actual presidente de la República Popular China, parece haber tomado la decisión de dar la vuelta a esta estrategia. Hace 5 días, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, comunicó que su país «seguirá financiando a países en desarrollo en energías verdes y baja huella de carbono, y no construirá plantas de carbono fuera del país». Se desconocen las razones de este cambio, aunque la presión externa para cumplir los acuerdos de París es bastante destacable y China quiere mantener suficiente popularidad para forjar grandes alianzas comerciales. Los planes internos, a pesar de todo, siguen siendo un misterio y China siempre ha priorizado el bienestar de sus habitantes.

La diplomacia, al orden del día

Desde la llegada del Partido Comunista al poder, China no ha sido ajena a los problemas diplomáticos en sus fronteras o al otro lado del mundo. Ya entre los años 50 y 60 persiguió al anterior gobierno hasta que este escapó a Taiwán, donde se refugia un importante núcleo de resistencia. Situado al sureste de China, el país cuenta con un reconocimiento muy limitado e intenta defenderse de las amenazas de invasión del gabinete de Jinping con la intervención de terceros.

Sin embargo, el mal momento que atraviesa el gobierno estadounidense tras el desastre afgano le ha permitido al presidente vitalicio intensificar sus reclamaciones. La confianza en que conseguirán su objetivo es tan inmensa que formó parte de su discurso durante el centenario de su partido, donde aseguró que «Taiwán era terreno legítimo de la República», amenazando a cualquier organismo que pretendiera afrentar la soberanía nacional, refiriéndose también a las injerencias con respecto a Hong Kong tras las protestas sucedidas entre 2019 y 2020.

La pieza clave: conseguir el beneplácito afgano

Como comentamos al principio, y también en nuestro artículo Geopolítica mineral: ¿Qué pasará ahora con las reservas de litio afganas?, uno de los principales objetivos para China en el futuro inmediato es cerrar cuanto antes los primeros acuerdos para explotar las reservas de minería con las que cuenta Afganistán. Cuentan con la ventaja de que Rusia tuvo conflictos anteriores en el país y parte con una reputación más dañada, mientras que ellos se ofertan como el gran aliado para normalizar su gobierno internacionalmente.

Como primera medida, desde Pekín han mandado un mensaje de apoyo al nuevo gobierno. En él, celebran la «inclusividad» de los líderes a la hora de ayudar a etnias en conflicto y respetar los derechos humanos más básicos. Prometen una receta muy diferente a la norteamericana: imparcialidad política sin reducir el tamaño de las inversiones de las empresas chinas. Con la posibilidad de un aislamiento forzado del resto del mundo, puede que a los talibanes no les quede otra que aceptar las condiciones del PCC.

A través de medios afiliados al gobierno, los chinos pueden leer cómo la inversión de su moneda en Afganistán se vería con buenos ojos por sus ciudadanos y que la postura oficial del resto del mundo no se mantendrá para siempre. No queda claro si este último mensaje busca meter prisa para que apoyen las medidas de Xi Jinping, pero algunos expertos apuntan que no sería la primera vez que se busca instigar a los ciudadanos chinos a apoyar por completo al gobierno. Por supuesto, la inmensa mayoría de ellos lo hará.

Si China ya contaba con mucha relevancia en el planeta, para antes de que finalice 2025 puede ser aún mayor, por buenas o malas razones.